Castilla vs Himalaya
Katmandú huele a curry, a noodels, a especias, es un continuo zigzagueo de motos sin ITV alguna bajo una nube de contaminación, calles sin aceras, muchas sin pavimentar, y mientras miras “algo”, esas motos de marcas indias y japonesas de baja cilindrada pasan rozando en aparente armonía junto a ti.
He visto a cientos de perros de diferentes razas, allí por fortuna no ha llegado la irritante y modestísima moda de las razas agresivas como aquí, en el Himalaya los perros incluso no ladran y deambulan en paz, es el paraíso de un cinofóbico.
Los postes de teléfono sostienen cientos cables como un ovillo enredado digno de fotografiar; uno piensa cómo pueden sostenerse y al final descubre que los cables de poste a poste se sujetan mutuamente: el orden en el desorden en una especie de belleza del caos.
De camino al Manaslu 8156 m., uno de los 14 ochomiles del mundo, uno va recordando que no solo es difícil subir la montaña, casi igual de complicado es llegar a ella: valles interminables que ascienden hasta las nubes con veredas pedregosas, subir y bajar durante largas jornadas, y más que avanzar parece un viaje proustiano al pasado.
Los niños dan la bienvenida juntando sus palmas -Namasté-, pero lo que más ha llamado mi atención es que en cada pueblo, aldea, o simplemente en tres casas aisladas, haya más niños que viviendas. Pese a las inmensas dificultades geográficas y logísticas, los pueblos están llenos de juventud y de vida sin desamparo aparente. Pese al retraso de décadas, tienen un enorme futuro.
En las etapas de acercamiento al Manaslu uno recuerda esa España vacía y los cientos de pueblos sin niños, ¿qué nos ha pasado?
Me preguntaba qué experiencia pedagógica sería mejor para un adolescente: que se vaya a Estados Unidos bajo la obsesión anglofílica o que contemple la pobreza, que viva un tiempo en el África subsahariana, en América Latina o en determinadas zonas de Asia.
Pasar del dame, dame, quiero, quiero, pero en inglés, pasar de la náusea de Sartre, a la inexistencia de wifi, a la creatividad, y al silencio cómplice.
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