Las amistades desaparecidas
Cuántas veces recordamos a personas magníficas que conocimos en una ocasión, en un camping, en un curso y no volvimos a ver. Sin duda, una de las bondades de las redes sociales ha sido poder encontrar a decenas de buenos amigos por ahí dispersos, pero pese a este nuevo gran hermano que todo lo ve, siendo la más monstruosa herramienta de auto control y vigilancia mutua de todos los tiempos, incluso peor que la Stasi, siempre hay un puñado de personas a las que no volvimos ver, que no encontramos ni por asomo, y no sabemos si rechazan las redes sociales por frívolas o si simplemente no han querido ser encontrados, como el adolescente que necesita intimidad. Pero en realidad, no sabemos cómo juzgar esa ausencia. “En ausencia se juzgan diferentes las cosas,” sugería el escritor colombiano Diego de Mendoza.
Y pese a las buenas sensaciones que nos dejaron aquellas personas también podemos pensar que ellos no nos quieren ver a nosotros. ¿Nos rehuyen?
En buena lógica, hay personas que consiguen dejarnos ese vacío y otros no, como decía Paul Auster: “Estaba ausente incluso estando presente.”
Para Javier Marías (del cual he tomado el título de esta columna) hay otros motivos de abandono que tienen que ver con la envidia; argumentaba el escritor: “Otras veces alguien se aparta porque al otro le va demasiado bien y es un recordatorio de lo que no tenemos. O porque le va demasiado mal y es un recordatorio de lo que a cualquiera nos puede aguardar. En España hay que andarse con pies de plomo a la hora de mostrar los logros y los fracasos, la alegría y la desdicha. Un exceso de lo uno o lo otro es siempre un peligro, se corre el riesgo de quedarse solo y abandonado”. Creo que era Mihura quien decía que un escritor afortunado debía hacer correr el bulo de que estaba gravemente enfermo para permitir que se le mirase con piedad y rebajar el resentimiento por sus éxitos: “Ya, pero se va a morir”, es un consuelo que atempera la envidia”.
Hay estudios que afirman que el momento de mayor esplendor, en cuanto a las amistades, es a los 25 años; después comienza un lento declive, se es más selectivo, se forma una familia, etc., y comienzan con más intensidad esas misteriosas ausencias.
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