Los que no paran de compararse
En esta ocasión, intentaremos resolver un enigma. ¿Por qué cuando entablas conversación con un vecino portugués, este no tarda ni cinco segundos en decirte las mismas expresiones, por ejemplo: Portugal tiene el puente más grande del mundo, Portugal es el país que consume más bacalao del mundo… (sic).
Corre la costumbre de que prácticamente siempre, los portugueses agregan la expresión “mayor en el mundo”. Y es que la comparación es constante y machacona en nuestros vecinos.
Pero ¿por qué un lusitano está tan empeñado en compararse con otros países y fundamentalmente con España? Posiblemente el que seamos el único país con el que hace frontera no ayude a movilizar más opciones comparativas y, al final, pareciera como si en su imaginario solo pudieran hacer un ejercicio maniqueísta.
Sea como fuere, sabemos que a los buenos amigos, como a los portugueses, se les perdona todo y se les debe querer como son.
Cuando un padre tiene varios hijos, una de las cosas que puede hacer para fomentar la rivalidad y la mala envidia entre los hermanos es tener buenas palabras para un hijo y no para el otro, o dicho de manera sucinta, compararles a cada momento.
En educación, casi como una regla reveladora universal, sabemos que detrás de unos hermanos que no hacen buenas migas o incluso llegan al verdadero odio hubo unos padres que estuvieron comparándolos.
Y si una persona se está comparando constantemente con los demás, ¿qué pensarían ustedes de ella? ¿complejo de inferioridad transformado en superioridad?
Como las malas hierbas, sabemos que rivalizar es aburrido puesto que no tiene fin, es poco inteligente por la incomodidad que genera y la comparación imaginaria llega ser cansina del todo; es más, de alguna manera, cada vez que hablamos con una persona que compara ya sabemos lo que nos va a decir como si tuviéramos una bola de cristal, al final estas personas son del todo previsibles a la hora de generar pequeñas indigestiones:rivalizar por una playa (yo vi otra más bonita), por el máster del hijo, por la comida, por los vinos, por la ciudad donde nací (es que yo soy de…), por las habilidades, por el dinero que gano, por cualquier cosa.
Allí hay más, aquí hay menos, allí menos, aquí más, nada puede resumir esto mejor que el discurso de Epi y Blas.