Crítica a la razón precaria
Fernando Pérez Del Río
Hace poco conversaba con un cuarentón. Él alardeaba de lo bien que le había ido a su pandilla, que estudiaron en un colegio privado, los jesuitas. Yo le intentaba explicar que, más que un logro individual, que también, hay que tener en cuenta el momento social en que su generación desarrolló su trabajo; eran los años del boom económico, amén de la buena situación económica de sus padres dadivosos proveedores.
En buena lógica, los que buscaron trabajo entrada ya la crisis, fueron la generación perdida, una generación igual de inteligente, igual de formada, “incluso más”, pero sin futuro.
Así, el precario artista o intelectual no tiene porvenir, pues está todo el rato en el continuo presente saltando de puntillas entre contratos basura, vive en él mismo, condenado y encerrado en una especie de eterno estado de mindfundess.
El precariado es someter la condición humana al mercado; es muy difícil asociarse, agruparse, es una persona cercenada y sabemos que con tan solo unas míseras migajas lo contentaremos.
Y como no deseaba continuar la conversación, le recomendé el libro Crítica a la razón precaria. Su autor, Javier Lopéz Alós, filósofo, ha pergeñado una obra exquisita en la que cuenta una anécdota: su ordenador se estropeó y tenía que pagar 700 euros por recuperar dicho ensayo y él no tenía ese dinero. Estaba en paro. Decidió bien, lo arregló, y su ensayo ha ganado el último Premio Catarata. Habla desde su experiencia, de los problemas de los precarios dentro de un sistema hipercompetitivo.
Una de sus muchas perlas: “los sindicatos vienen denunciando, además, que en torno al 60% de los profesores universitarios contratados son asociados, la figura más precaria, que cobran entre 400 y 800 euros mensuales”, y estos nunca provocarán una revolución.
El artista, el creador, el investigador, el corrector de estilo, vive en un estado comatoso al límite de la pobreza, en el alambre. Es un nuevo nómada de la pobreza.
Para el autor, vivimos una situación mezcla de Foucault, que sostenía la idea de la microfísica del poder, y él filósofo Han, que sostiene que no es necesario que nadie nos explote, hoy en día somos nosotros quienes nos autoexplotamos. Los dos tenían razón.
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