El ministerio de la verdad
En estas últimas décadas estamos viviendo algo inaudito; la gente comparte noticias sabiendo que son falsas como ya ocurrió en Brasil, USA, en el Reino Unido con el brexit y, finalmente, hemos visto cómo los separatistas, los extremismos y el odio salieron ganando.
Para solucionar el problema de las noticias falsas que amenazan a la democracia se están poniendo medidas; en primer lugar, se pide a los usuarios que no las compartan, que verifiquen la información, que miren si están firmadas, etc.
En segundo lugar, se invita a volver a los medios periodísticos tradicionales, pues, aunque sea imperfecto, el periodismo “es la voluntad de contar cosas de acuerdo a los hechos sin que medie creencia alguna”.
En tercer lugar, y desde otro ángulo, los políticos se han remangado la camisa y proponen otras medidas. Por ejemplo, la Comisión Europea ha establecido la creación de una “agencia” contra las fake news, algo así como crear un ministerio de la verdad, pero esto, inevitablemente nos recuerda al libro 1984 de George Orwell, donde el protagonista, Winston Smith, trabajaba precisamente en el ministerio de la verdad y, como funcionario, tenía por objeto dedicarse a crear “la verdad” según las directrices del gobierno de turno.
Sea como fuere, el gran riesgo al que nos enfrentemos con estas nuevas agencias es, quién decide qué es verdad, con qué criterios, quiénes son los encargados de definir qué es verdad y quiénes controlarán esas verdades.
Deleuze (1999) decía que “las sociedades disciplinarias son nuestro pasado inmediato, lo que estamos dejando de ser. Lo que hoy cerca nuestro día a día son las sociedades de control, que están sustituyendo a las sociedades disciplinarias”.
Y es ese control al que se refirió George Orwell en su sociedad distópica de 1984, y dio en el clavo. Pero, por otra parte, lo curioso es que la gente parece que no quiere la verdad, ni verificar el dato, no es una cuestión de saber “la verdad”, más bien quieren simplemente aferrarse a sus ideas, autoafirmarse, derrotar al contrario, humillarlo, pues es más importante la emoción que los hechos.
En definitiva, parece que dan por hecho que la democracia se defiende sola, y en vez de protegerla se entretienen enviando noticias esperpénticas en esta nuestra sociedad del espectáculo.
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