Dejar pasar el tiempo
Fernando Pérez del Río
Recuerdo la historia de dos hermanos que recibieron en herencia diversas y cuantiosas propiedades de su padre, uno de los dos hermanos, el mayor, por razones que nunca expresó, no llegó a mantener la casa heredada, no selló las goteras, no reparó ninguna maquinaria y así, poco apoco, la herencia se cayó a pedazos, de tal güisa que, el implacable tiempo todo lo deterioró y dejó sin valor. Por añadidura, también se opuso férreamente a vender las numerosas propiedades para sacar un beneficio. El legado de su padre se escurrió entre los dedos como cuando coges un puñado de arena sin hacer fuerza.
Con el tiempo descubrí que este hermano “mayor” tenía una relación muy mala con su padre, y siempre sospeché, que quizá todo fuera como una especie de revancha por el odio que le profesaba, siendo su estrategia vengativa dejar morir las cosas por aburrimiento, aplazando hasta el infinito cualquier acción, consumir tiempo hasta que se pudriera el legado.
Cuántas veces hemos vivido situaciones donde la estrategia era esperar, algo tan aparentemente simple como dejar pasar el tiempo, como si se tratara de una estrategia más del arte del guerra de Sun Tzu.
El marido que deja morir el amor en vez de enfrentarse al conflicto que supone cerrar una relación y dar la cara, el administrador de fincas experto en los silencios que no responde a ningún email, ni sms y al final lo damos por perdido y terminamos por no pedir ni exigir nada.
El profesor experto en demoras que no acaba el estudio conjunto que prometió aludiendo razones vagas. El amigo que contesta con monosílabos efímeros al What’sUp dejando que el tiempo pase y evitando quedar, entendiendo que necesita un tiempo que al final es eterno.
A Napoleón se le atribuye la expresión: si quieres que un problema perdure nombra una comisión.
“Atrapado en el remolino de la mundanidad” expresado por el protagonista de “la gran belleza”, dejamos pasar el tiempo y posponemos la acción, la evolución.
El paso lento del tiempo, el aburrimiento del vacío dónde no hay actividad, la inercia de la rutina bien puede ser la trampa bien pergeñada.
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