El saber fracasar
Hay muchas maneras originales de fracasar. En una sociedad con cada día más información nos encaja aquella cita de Pablo d’ Ors: “la mayor miseria del hombre es su dispersión. Dispersos estamos en muchas partes y en ninguna, y es así como empezamos a no encontrarnos y como terminamos por no saber ni quiénes somos.”
Otra magnífica forma de fracasar nos la sugirió Freud: ¿Por qué algunos pacientes enferman cuando se cumple un sueño hondamente arraigado?” Justo cuando están a punto de realizar su deseo, el sujeto enferma y surge el fracaso, como si la dicha no pudiera ser soportada.
Cierto es que hay hombres que no se atreven a vivir con la mujer de su vida y de sus sueños por motivos y excusas peregrinas en una especie de miedo a ser devorados por cumplir sus propios deseos.
Hay formas inconscientes de fracasar, como la de no poder superar al padre, o bloquearse en la vida por una culpa y un secreto-culpa familiar trasmitido de generación en generación.
Pero una de las cuestiones más sanas en la vida es saber fracasar y aprenderlo desde bien pequeños, saber perder; educar con premios y castigos es una de las formas recurrentes de aprendizaje, pero también nos encontramos con que, cuando se deja de premiar repetidamente a un niño, es más que fácil que surja la frustración.
Como decía Fernando Aramburu (famoso ahora por su libro Patria), “nuestros abuelos padecieron la guerra y sus consecuencias. Nuestros padres se mataron a trabajar.
Las siguientes disfrutamos de la época más apacible de la historia de Europa, a los chavales de hoy les hemos dejado los desperdicios de la fiesta, ah, y las deudas”. Algo para lo que no estaban preparados.
Unos padres protectores son la mejor vía para encontrarnos a un joven poco acostumbrado a golpearse y por consiguiente: a defenderse.
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