Los nuevos los intelectuales
El periodista entrevista a un investigador de turno por lo puntual de un estudio publicado en una revista de impacto y después no lo vuelve a entrevistar, puesto que en general no tienen más discurso. El periodista recurre a ese dato puntillista de internet, a la cultura de la superespecialización pero, necesitado de sentido, no encuentra grandes metarrelatos y termina recurriendo a diferentes agentes sociales siempre fragmentados.
Por otro lado, lo más llamativo es que se han disociado la fama y el saber. Ahora la fama es codiciada igualmente, pero la diferencia es que se ha convertido en un valor en sí misma: lo importante es salir en TV y decir lo que sea, horas y horas escuchando un discurso circular, parcializado. Da igual lo que se diga, lo importante es que salga su imagen y, cuanto más sabemos de sus vidas, más queremos seguir sabiendo.
Alain Denault, en su libro Mediocracia: Cuando los mediocres llegan al poder, dice: “Los mediocres se organizarán para adularse unos a otros, se asegurarán de devolverse los favores e irán cimentando el poder de un clan que irá creciendo atrayendo a sus semejantes”
El prestigio no es atesorar un conocimiento, es salir en televisión. Una concursante de Gran Hermano lo comentaba: “me siento increíblemente afortunada por haber sido elegida para el programa”, como si le hubiera tocado la lotería. ¿Por qué, si no, los actores tienen tanto peso en sus opiniones políticas y nos ofrecen discursos políticos en los premios Goya? Recientemente el protagonista de Hermano Mayor, sin apenas estudios, ha sido contratado como director de Juventud de la Comunidad de Madrid por ocho mil euros al mes.
No hay sitio para el intelectual, aquel humanista que debía buscar las contradicciones del sistema, como decía Sartre.
Quizá también tenga algo que ver lo que decía el profesor Daniel Innerarity: «Nuestros sistemas masivos de calificación, de evaluación y de indicadores están pensados para gestionar la media. Y la verdad es que lo hacen bastante bien».
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