La atracción que ejerce criticar
Fernando Pérez del Río
Personalmente no tengo nada en contra de la tonadillera andaluza, vaya por delante que pertenezco felizmente a una asociación de musica Heavy y reconozco que siempre he sido ajeno al mundo de la copla, los toros y lo tocante a la prensa rosa.
Pero en estos días raros, me resulta difícil no estar al quite de la vida de Isabel y los suyos: herencias envenenadas, cajas fuertes, intimidades maritales que ocurrieron hace décadas, y sobre todo, me sumo ojiplático a la embestida de “su pequeño del alma” Paquirrín, que cogiendo el toro por los cuernos ha tildado públicamente de mala madre y crematómana, solo le faltó decir: -Olé, va por Uds-.
Nada ni nadie puede adornar mejor este espectáculo, que el momento histórico-televisivo donde millones de personas estaban esperando hieráticas el dictamen de un gemólogo sobre si la Pantoja dio el cambiazo a unas esmeraldas, estirando el chicle de este interminable show de banderilleros y cuadrillas televisivas.
Cambiando de tercio, lo que aquí nos convoca es por qué nos engancha tanto algo que transgrede los límites de la ética.
Es evidente que desde la la barrera, a mucha gente le interesa el morbo y la exageración de lo negativo.
Un estudio publicado en 2011 por la revista científica Science, demostraba que nuestro cerebro presta más atención a aquellas personas de las que sabemos cosas negativas sobre su vida. Este riguroso trabajo nos da pistas sobre por qué los programas de cotilleos y críticas acaparan más nuestra atención, de ahí, en parte, viene su éxito.
La persona que critica goza de la lapidación emocional del otro, pero a la par, tiene algo de frustrada. El que critica como un miura amortigua su debilidad y así, de paso, conserva un poco su estima. La crítica es una proyección que de alguna manera tiene que ver con nosotros mismos. Es como el raro placer de tocarse una muela cuando esta te duele.
Para rematar la faena, terminamos diciendo que hay que ganar, sí, desde luego, pero sin dejar cadáveres por el camino.
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