Artículo breve sobre lo,que se denomina la zona de confort y el dilema emocinal que supone.
Una de las grandes decisiones que podemos tomar es salir de la zona de confort; entendemos por estar en una zona de confort cuando una persona puede estar mal en su trabajo, ninguneada, aguantando carros y carretas, pero lleva todos los meses un sueldo.
Pese a que la razón expresada a los demás y a uno mismo por la cual nunca se llegue a cambiar sea el dinero, realmente es el miedo lo que paraliza.
En la zona de confort uno está bien y al mismo tiempo mal: no me relaciono con mi pareja pero separarme sería incómodo, tendría muchos más gastos, etc.
La mujer que aguanta a su marido y no se separa por los hijos, pero también, aunque el amor se haya evaporado, prefiere estar emocionalmente mal pero mantener lo que se tiene.
Estoy en un impasse, aburrida, en un bucle, pero para qué voy a cambiar, podría ocurrirme algo peor, el miedo a poder perder lo poco bueno que se tiene, ese hilo invisible que lo mantiene.
El miedo es lo que más atenaza y hace permanecer bajo el paraguas de la supuesta seguridad.
Una seguridad que hay que pagar con un coste emocional, en forma de tristeza, angustia, beber demasiado, o tener continuos despistes o sufrir pequeños accidentes.
La solución, según los colegas psicólogos, es tener control, coger las riendas, y lo siguiente por añadidura será volver a sonreír. Sartre decía: «yo soy libre, puedo no ir a trabajar, tengo la libertad de no levantarme”.
Hay una palabra que se usa hoy en día en psicología con más frecuencia, procrastinar, que quiere decir más o menos posponer lo que deberíamos hacer hoy.
“Seré feliz cuando cambie mi situación”. Pero sabemos que estar pensando en el futuro es una buena manera de padecer angustia y que, llegado el momento, pocas cosas son lo que imaginábamos. Cuando hablamos del cambio no es el dinero lo más importante, es el miedo.
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