El virus y mi ombligo
Un día antes de la alarma nacional por el coronavirus fuimos muchos los que salimos a hacer la compra; yo mismo fui derecho al supermercado, pero pensando en comprar lo necesario y no dejar las baldas vacías, según las recomendaciones. Así me vi en la sección de conservas. A mi lado, otro cliente miraba detenidamente el estante de conservas y, sin mediar palabra, se llevó todas las latas que allí había, unas 40, no dejó ni una.
Sabemos que en las culturas individualistas, también denominadas de «bajo contexto», encontramos que los objetivos individuales son más importantes que los colectivos, debido a la creencia tan extendida de que el éxito depende de que tú sobrepases a los otros, y por consiguiente la competición se enfatiza. Exactamente como demostró el sujeto que arrambló con todas las latas de conservas que encontró, sin pensar en la media docena de personas que esperábamos en vano a su espalda.
Si salimos bien de esta crisis será porque todos rememos en la misma dirección y perfectamente coordinados. No debemos permitir que las ideologías estén por encima de la salud. ¿Cuántos políticos animaban a la sociedad a ir a manifestaciones en las que ellos mismos gritaban que había que ganar al coronavirus, o se reunían en congresos quizá innecesarios, cuando en Italia, en estado de alarma desde hacía días, estaban multando a los ciudadanos por salir a la calle sin razón justificada. Otros, a través de los medios, seguían mientras tanto colgándose medallas por nimiedades o haciendo chistes en TV o trivializando el virus como si se tratara de una inocua gripe común, tal fue el caso de Risto Mejide.
Cabe reconocer que el mirar únicamente nuestro ombligo nos ha impedido ver venir al tsunami, o lo hemos visto llegar pero con estúpida impasibilidad, pensando acaso que somos diferentes de y tal vez mejores a nuestros vecinos asiáticos o italianos.
El individualismo más negativo del espíritu humano occidental se sostiene sobre dos dudosos pilares: el egoísmo y la codicia, los cuales, claro está, hacen que el individuo acabe perdiendo su sensibilidad, mientras que otras sociedades lejanas a esta dimensión subjetiva de lo inalienable, aquellas basadas en principios de propiedad social y reciprocidad, conservan por el contrario una cierta sensibilidad ante el prójimo.
De todo esto se deduce que en culturas y sociedades donde se sobrevalora el «yo» en detrimento del «nosotros» encontramos por doquier un tipo de individuo, pequeño Narciso admirador de sus propias ideas, que vive encasquillado en la apariencia física a merced de infravalores puramente materialistas. En dichas sociedades las personas poseen más «locus de control” interno, es decir mayor número de creencias subjetivas sobre sus propias habilidades para controlar, dirigir o transformar sucesos importantes de su experiencia vital, y por consiguiente exhiben un carácter mucho más defensivo, creando así sociedades menos sanas.
En definitiva, para salir de una crisis como la actual es necesario que primero salgamos todos de nosotros mismos y desenterremos conductas infantiles y egoístas. Que reflexionemos y aprendamos.
Fernando Pérez Del Río
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